Tras numerosos meses de trabajo y esfuerzo, nuestro cuerpo contenedor de la vida comienza a resentirse.
Consecuencia de éstos factores cotidianos, se empiezan a percibir los síntomas del agotamiento, tanto físico como mental.
Lo paradójico de éste hecho es que el cansancio o el estrés repercuten de modo negativo y directo sobre la productividad y la reducción de la eficiencia y la calidad de nuestro quehacer personal y profesional.
Es por éstas razones que es muy conveniente prestar atención a las señales corporales para conocer cuándo es momento de tomarse un descanso.
Prestemos atención a éstos cinco síntomas principalmente:
1.- Las emociones se hallan a flor de piel: Cuando el cansancio nos pasa la cuenta, las emociones tienden a desbordarse: llanto sin razón, sentimiento de no poder, irritabilidad, rabia, desmotivación, etc. Todo esto es señal de que es momento de tomarse un tiempo para escucharse, auto cuidarse y atenderse en las necesidades psico-emocionales que se nos presenten.
2.- Comienzo de dificultades con el ciclo natural del Sueño: Aunque hay muchos motivos que pueden iniciar una irregularidad en el ciclo de sueño, el agotamiento suele ser uno de los más comunes. El cansancio es tanto, que no podemos dormir y, junto con esto, viene la sensación de somnolencia constante.
3.- Aflora el mal genio, la excitabilidad incontenida, la agresividad, los gritos: El cansancio y la Tensión muscular y psicológica Constante nos pone irritables y, claro, ¿a quién no? El problema es que quiénes terminan pagando la cuenta son los amigos, los hijos y hasta el compañero de asiento en el metro.
4.- Creatividad y productividad reducida o iguales a cero: Trabajar cuando estamos demasiado cansados para hacerlo sólo contribuye a que dos horas de trabajo se conviertan en diez. El stress bloquea la mente y la creatividad se va al piso, en lo único que se piensa es en dormir y cualquier tema relacionado con el trabajo pasa a segundo plano, cero productividad.
5.- Pesadez en el Cuerpo: Estar “en la máquina” y realizar muy rápido todas las actividades, nos impide sentir el cuerpo y al final del día sólo queremos caer como saco en la cama y dormir para siempre. Lamentablemente, cuando el cansancio llega al extremo, dormir no es tan fácil y solemos despertar a horas tempranas de la madrugada, aun cuando no tenemos que ir al trabajo.
Las vacaciones aportan un tiempo de descanso y renovación, pero también sirve tomarse descansos cortos, momentos de distracción fuera de la oficina, un día de campo e incluso un paseo por el parque.
Practicar deportes que nos cansen físicamente, caminar descalzos sobre la hierba o sobre la arena de la playa, un tiempo para la meditación y cualquier disciplina que trabaje la psique y el cuerpo como, por ejemplo, un estupendo y masaje relajante que nos aportará el necesario desbloqueo psico-físico, calma el sistema nervioso, facilita la expresión emocional equilibrada y resultan fundamentales e imprescindibles para el auto-cuidado necesario y deseable.
Deseo dar cierre a éste artículo mediante un cuento que nos acompañe a meditar sobre la necesidad de descanso y renovación:
El mejor padre
Un hombre, todavía no muy mayor, relataba a un amigo:
—Quise darle a mis hijos lo que yo nunca tuve. Entonces comencé a trabajar catorce horas diarias. No había para mí sábados ni domingos; consideraba que tomar vacaciones era locura o sacrilegio. Trabajaba día y noche. Mi único fin era el dinero, y no me paraba en nada para conseguirlo, porque quería darle a mis hijos lo que yo nunca tuve.
—Y... ¿lo lograste? —intervino el amigo.
—Claro que sí —contestó el hombre—: yo nunca tuve un padre agobiado, hosco, siempre de mal humor, preocupado, lleno de angustias y ansiedades, sin tiempo para jugar conmigo y entenderme.
Ese es el padre que yo les dí a mis hijos. Ahora ellos tienen lo que yo nunca tuve.
Deseo dar cierre a éste artículo mediante un cuento que nos acompañe a meditar sobre la necesidad de descanso y renovación:
El mejor padre
Un hombre, todavía no muy mayor, relataba a un amigo:
—Quise darle a mis hijos lo que yo nunca tuve. Entonces comencé a trabajar catorce horas diarias. No había para mí sábados ni domingos; consideraba que tomar vacaciones era locura o sacrilegio. Trabajaba día y noche. Mi único fin era el dinero, y no me paraba en nada para conseguirlo, porque quería darle a mis hijos lo que yo nunca tuve.
—Y... ¿lo lograste? —intervino el amigo.
—Claro que sí —contestó el hombre—: yo nunca tuve un padre agobiado, hosco, siempre de mal humor, preocupado, lleno de angustias y ansiedades, sin tiempo para jugar conmigo y entenderme.
Ese es el padre que yo les dí a mis hijos. Ahora ellos tienen lo que yo nunca tuve.
“Los cuentos son una medicina,
engendran emociones, preguntas, contienen los remedios para reparar o
recuperar cualquier pulsión perdida”.
(Dra. Clarissa Pinkola Estés).